Una cena en palacio.

Por René Gómez Manzano.
Entre 1933 y 1944, Fulgencio Batista influyó de manera determinante en los destinos de Cuba, primero como jefe del Ejército, y después, a partir de 1940, como primer afro descendiente electo en democracia como Presidente de la República, con lo cual nuestro país se adelantó en más de medio siglo a nuestros vecinos norteños. Al término de su mandato constitucional, en la cresta de una impresionante ola de apoyo popular, asumió la jefatura del Estado el doctor Ramón Grau San Martín.
Una de las mayores dificultades que confrontó el nuevo Presidente cuando bajo los efectos de un ciclón tomó posesión el 10 de octubre de 1944, fue la existencia de un generalato vinculado al golpe de estado que encabezara Batista. De esas fuerzas siempre cabía esperar presiones inesperadas o incluso un nuevo cuartelazo.
Según me cuentan mis mayores, el astuto Grau encontró una solución original. Una noche invitó a los altos oficiales batistianos a una cena en palacio. A la hora de los brindis, agradeció en nombre de la República a los uniformados los “enormes servicios a la Patria” prestados por ellos, y les anunció que, tras tan grandes y sostenidos esfuerzos, había llegado la hora de descansar de su labor castrense, por lo que pasarían de inmediato a retiro.

Y lo que es más: les aclaró que no tenían que molestarse en retornar a sus cuarteles, pues el gobierno, en su gran desvelo, se había ocupado de enviar a personas que en ese mismo momento estaban realizando las mudadas correspondientes, y ya los sustitutos designados habían asumido el mando en sus correspondientes unidades…
A partir de aquel momento, la hipotética invitación a una “cena en palacio” se convirtió en tema común de comentarios jocosos, en especial cuando sobre la persona aludida pendía la amenaza de una intempestiva remoción del cargo que ocupaba. Este recuerdo del pasado viene al caso mientras pasa el tiempo sin que se conozca el nombre del general que reemplazará al difunto Julio Casas Regueiro al frente de las Fuerzas Armadas cubanas.
Tras unas honras fúnebres que parecieron exceder en mucho la verdadera importancia del papel desempeñado por el finado dentro del proceso iniciado en nuestra Patria hace cincuenta y ocho años, pasan las semanas sin que se conozca el nombre del que, en buen argot político mexicano del pasado siglo, deberíamos llamar “El Tapado”.
Bajo la “dictadura perfecta” del PRI, ése era el feliz mortal que el mandón en funciones, en la soledad de sus pensamientos, decidía respaldar en sus aspiraciones a la presidencia, con lo cual quedaba virtualmente asegurada su nominación como candidato del partido de gobierno, lo que a su vez implicaba su elección para ese alto cargo.
Algo parecido sucede en Cuba hoy: nadie duda que el hombre a quien Raúl Castro, por sí y ante sí, escoja para ocupar el cargo de Ministro de las FAR será quien desempeñe esas funciones, las que —por supuesto— son importantes en cualquier país, pero especialmente en uno sometido a un régimen militar totalitario como el nuestro.
Mas no resulta fácil hacer una selección: son varios los generales de cuerpo de ejército que se sienten con merecimientos suficientes para ser el afortunado. Ninguno de ellos tiene los antecedentes de Julio Casas, quien como encargado de la retaguardia, distribuyó mansiones y otras prebendas entre la alta cúpula castrense, con lo cual —como es natural— se granjeó el agradecimiento y la simpatía de sus colegas, lo que facilitó la aceptación de su nombramiento.
A menos que el general de ejército Raúl Castro decida simultanear la Presidencia que hoy ejerce con la reasunción del cargo de Ministro de las FAR (opción que no cabe despreciar a priori), entonces debemos concluir que la selección que tendrá que hacer más tarde o temprano no le resultará provechosa: Uno le quedará muy agradecido, pero varios más se sentirán injustamente preteridos.
Por eso, si yo fuese alguno de los actuales generales de cuerpo de ejército cubanos, me sentiría preocupado si me invitaran a una cena en palacio.

Fuente: Cubaencuentro

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